Hola de nuevo!!
¿Os parece si hoy hablamos de nubes? Tranquilidad, ¡que no cunda el pánico!. No me he vuelto loca -todavía-. Hablamos de nubes, sí, pero no sobre su posible olor o color, como mucho intentaremos buscarles forma. Puede parecer extraño, pero lo cierto es que si hay algo que no ha dejado de llamarme la atención desde que llegamos a nuestro nuevo hogar ha sido su cielo. Y si hace unos meses lo hacía por la inmensidad de su azul y la preciosidad de sus nubes, hoy todas ellas juntas forman una única gran mancha blanca, desde por la mañana hasta por la noche, y eso también me sorprende.
Nubes de todos los tamaños y formas. Tanto es así que para Vega son «ovejas en el cielo», ¡así que imaginad lo esponjosas que parecen! 😉 La primera impresión me trasladó de nuevo a casa, a mi primera casa, Cádiz. Allí siguen estando mis raíces y la familia, pero he de reconocer que ‘mi casa’ la dejé en otro lugar, aunque la tierra tira y mucho. En fin, será por ser de costa que este cielo me recordó al de la Tacita, a la Isla, a las tardes de verano en el Faro de Trafalgar, a los paseos por la interminable Bolonia, me devolvió también olores que creía no poder encontrar más que allí, y con ellos la sensación de libertad. Un cielo en el que no parecía haber barreras (cuando conoces la ciudad descubres que alguna hay, pero mínima), inmenso y azul. Un espacio abierto en el que la claustrofobia, que a veces me invade, no tenía cabida.
Cuando volví a San Fernando, después de terminar la carrera, pasar por otros estudios y empezar a trabajar en Cádiz, me compré un coche, mi Micra. Cuando necesitaba salir, respirar y coger aire, recuerdo que juntos nos íbamos a Camposoto, a pasear. No importaba si era verano, otoño o invierno. Al llegar aquí y visitar una de las playas más cercanas del centro, pensé «¡ya tengo lugar al que venir cuando me pierda!». Pero…no tengo a mi Micra, y lo de ir en bici está bien aunque, creo que ya lo he dicho, soy de naturaleza perezosa para hacer ejercicio, así que esperaré a no encontrarme de verdad para volver a visitar la playa a solas.
En Agosto y Septiembre era fácil pues encontrar maravillosos paisajes en el cielo; paisajes creados por nubes. Fuéramos donde fuéramos me quedaba embelesada mirando hacia arriba. A la pequeña parece que también le gusta eso de observar el cielo, tanto de día como de noche… es lo que tienen las Estrellas. En el parque, en la playa, desde casa, cualquier lugar es bueno para deleitarse.
Y si no, que se lo digan a los buenos amigos que nos visitan y para los que tampoco pasa desapercibida la belleza de este cielo.
Pero claro, no todo es color de rosa, ni el azul del cielo eterno. Llegó Octubre y con él se fue marchando la luz. Una mañana, al despertar, mi compañero me preguntó «¿qué tal el tiempo?», «el cielo está blanco», respondí. Su cara fue un poema y al gesto extrañado le siguió una sonrisa, junto a otra pregunta: «¿eso qué quiere decir?». Pues exactamente que estaba blanco, ni azul, ni gris, ni oscuro… BLANCO. Y así continúa. De vez en cuando se ve el sol, algo de claridad, aunque poca, seamos sinceros. Y sí, puede llegar a afectar al estado de ánimo, no ver el sol se hace duro, pero hay que buscar alicientes, porque lo cierto es que a partir de ahora nos quedan unos meses de oscuridad. Aunque, para quien no está acostumbrado a ver este tipo de cielo, también es una experiencia.
Al fin y al cabo, qué es la vida si no nos dejamos sorprender por lo que vemos. Y si lo hacemos acompañados por los pequeños de la casa es mucho mejor, descubres que tu capacidad de asombro continúa viva, quizás sólo un poco dormida, pero ellos son especialistas en despertarla. Yo seguiré mirando al cielo, nunca se sabe cuándo puede pasar una Estrella Fugaz.
Feliz semana 🙂
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