Se hace camino al andar…

Creo que aún lo estoy asimilando y no me equivoco si digo que no soy la única. La vida es experta en dar reveses que lo ponen todo patas arriba y nos hacen caer en la cuenta de lo que realmente importa; y eso que me considero una persona capaz de restarle importancia a casi todo, dejar a un lado el drama y vivir la vida que tenemos como lo que es: un maravilloso privilegio. Nunca me ha pesado estar lejos de las raíces, de hecho siempre ha sido algo positivo, te hace extrañar lo bueno y disfrutarlo cada vez que es posible volver; pero al mismo tiempo, la distancia te aleja de tus fantasmas, de lo que no deseas revivir. El camino que has recorrido hasta llegar hasta aquí te (me) ayuda a ampliar todo tipo de horizontes, a centrarte en lo que cuenta y a poner a cada cosa en su lugar. Esta distancia es la que da alas al cuerpo y a la mente, y eso es lo que quiero que aprendan mis hijos: a volar con el corazón.

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Sin embargo, en mi momento danés la distancia también son los kilómetros que nos hacen desesperar cuando debemos recorrerlos con la mayor premura posible, cuando quisiéramos estar más cerca para llegar antes, cuando lo único que importa es el sentimiento de que no estás donde debes aunque sabes que todos estamos donde queremos. Cuando esa tarde descolgué el teléfono ya sabía que algo pasaba. Las prisas no son buenas consejeras pero en este caso no había nada que discutir ni programar, así que buscamos vuelo e hicimos maletas. Y sé que no lo digo cuanto debería, pero qué agradecida estoy al destino (y a mi tozudez) por tener a mi lado al mejor compañero de viaje, que me sigue y me apoya en cada paso y en cada piedra del camino.

Un ictus, papá. Uno gordo, muy gordo y aquí estás, plantándole cara a la vida, en pie y con tanto que decir. Podía haber sido peor, muchísimo peor, y eso era lo que todos temíamos. También yo, te lo aseguro. «Hay que dejar pasar las primeras 48 horas. Hora a hora, así se irá viendo. Es posible que no vuelva a hablar. No sabemos si moverá la mano. El lado derecho ha sido el afectado»…. Todo eso decían. Todo eso y mucho más. Y yo, al ir a verte sólo pensaba, «espérame». Fue el vuelo más largo de todos los de mi vida.

Es cierto que no somos de los que hablamos a diario pero también es verdad que hemos conseguido que eso no nos afecte. Estoy segura de que nos conocemos mucho mejor de lo que piensan (qué importa lo que piensen si tú y yo lo sabemos,) y que nos queremos más de lo que decimos. Lo sé porque los ojos dicen aquello que los labios callan, y a nosotros nos basta con mirarnos. Aún así, la tarde anterior a la llamada habíamos hablado por Skype y sabía tus planes para la mañana siguiente. Por eso, mientras llegaba a verte no podía hacerme a la idea de que no volviese a escucharte.

Y llegué y te vi. Pero lo mejor de todo es que tú también me viste. Y lo mejor de lo mejor de lo mejor es que sin decirlo sé que me reconociste. Tu sonrisa de medio lado te delató. Esa fue la más maravillosa de las noticias para mí. No importó entonces nada más, ni siquiera lo que dijeran los médicos. Mi padre…tú, estabas ahí. A partir de ese momento todo debía ir a mejor. Y así ha sido, papá. Tal vez pensaron qué fuerte eres, qué poco realista o qué dura. Tú sí me conoces, ya sabes lo que llevo y cómo lo llevo por dentro. Cayeron lágrimas, claro, pero escucha!!!! Muchas de alegría porque, como le dije a Álvaro, «mi padre está ahí, es él y va a salir».

Me acariciaste la mano con la derecha al día siguiente, aún en la UCI, dentro de esas terribles 48 horas… Me dijiste «bueno» y «no, no» cuando se suponía que probablemente no hablarías, o al menos no en un tiempo. No has necesitado comer por sonda, caminas sólo y hablas por teléfono… Eres más fuerte de lo que tú mismo crees, y has evolucionado tan rápido que a todos, incluidos médicos, fisios, a nosotros… nos has sorprendido. Ahí arriba tienes a dos ángeles de la guarda que te cuidan bien, y aquí abajo tienes mucho por hacer. Eso sí, papá, ahora hay que continuar el camino con ánimo, esfuerzo y paciencia y sé que lo harás porque nos lo has demostrado. Y si hay días difíciles, que los habrá, no te agobies que el siguiente todo se verá de otro color.

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Me he planteado muchas veces si escribir esto o no, pero ya estás en casa y he decidido hacerlo como reconocimiento, quizás porque todos lo necesitamos en algún momento y aunque tú sabes (y yo sé) que te he querido, te quiero y te querré eternamente, es una buena manera de que sepas también que te necesitamos y que estamos muy orgullosos de ti, que puedes con esto y con más. Porque como dices, esto es muy raro, habrá en tu cabeza ahora mismo muchas cosas que no tienen sentido pero pronto cada palabra va encontrando su lugar, con tiempo, que hay de sobra.

La vida nos pone a prueba y esta ha sido dura, para qué negarlo, pero ya sabes eso de «si te caes, te levantas», porque estamos felices y quiero verte sonreír, por todos, pero sobre todo por ti, porque tienes mucha vida por delante para disfrutarla y saborearla.

Así que papá: por más canciones de Serrat sonando en tus labios, por más películas de cine español a tu lado, por conocer Copenhague en verano y por más recomendaciones de buena lectura; por más caracoles en el Nebraska y más finales del Falla, por las puestas de sol desde la Caleta, por una paella valenciana… por el camino que nos queda; por la vida, por ti, por mí y por todos… es hora de brindar.

Se hace camino al andar

Y ya sabes que, aunque los kilómetros hoy sí me pesan, siempre estoy aquí. Ahora sí, a continuar el camino.

Te quiero.

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